Hace ya un tiempo disfrutamos de una de las estaciones más esperadas de todo el año en los países escandinavos, el otoño. Y es así, y en especial en Suecia, ya que quienes saben y lo han visto podrán afirmar que durante el otoño el común de los maravillosos paisajes del Báltico se vuelve más bello que nunca, los atardeceres más intensos y coloridos.
Sucede que en Escandinavia el otoño es la época del año en la que comienzan las nevadas, aunque muy leves por estos días. Todos los paisajes teñidos de interminables tonalidades que van desde los amarillos hasta el rojo sangre toro, contrastan con los vívidos colores de los suelos verdes claros y oscuros, y con el ocasional pálido blanco de la nieve precoz que anuncia la nueva temporada. Toda esta sinfonía de colores conforma un marco más que atractivo para un paisaje de ensueño.
Navegar por el Báltico es todo un sueño y en otoño se hizo realidad.
Para hacer realidad los sueños, ante todo es necesario conocerlos bien. Es sorprendente la cantidad de personas habituadas a descartar aquello que anhelan íntimamente por considerar que se trata de sueños imposibles dé alcanzar. Hay que tomar muy en serio aquello que deseamos porque se trata de las únicas “pistas” que tenemos para alcanzar nuestro verdadero bienestar, es lo que le da un sentido auténtico a lo que hacemos en la vida.
Seguramente que, como viene sucediendo todos los años desde los tiempos de los Vikingos enmarcados en el “Hávamál” en donde el Dios Odín trasmitía por medio de poemas y dichos su sabiduría al pueblo, la temporada otoñal en estas coordenadas del norte es visitada por cientos de personas de diferentes culturas. Todos con la simple y única intención de vivirla y poder explorar un poco de la infinidad de parajes naturales de estas lejanas tierras, morada de los Vikingos que sorprenden y dejan maravillado a todo el que esté dispuesto a conocerlas.
Nosotros, viajeros y protagonistas de nuestros sueños, comenzamos a seguir la única pista que encontramos: una pequeña señal con forma de flecha, diferente a las enormes y típicas que siguen las demás personas todo el tiempo, día a día, y que nadie parece cuestionar. Y aún siendo pequeña y diferente, la reconocimos y defendimos haciendo así nuestro sueño realidad.
Hoy, en medio del ruido de este mundo actual que vivimos envueltos en el ir y venir, es más difícil percibir estas pequeñas señales, es casi como encontrar la famosa estrella del Norte en medio de la contaminación lumínica, manifestación evidente en el aumento del brillo del cielo nocturno por la reflexión y difusión de la luz artificial en las partículas contaminadas del aire que alteran su calidad y condiciones naturales hasta el punto de hacer desaparecer estrellas y demás objetos celestes. En medio de este daño a los ecosistemas nocturnos y de la degradación del cielo nocturno, patrimonio natural y cultural, encontramos la pérdida de percepción del Universo y la capacidad de reconocer esas pequeñas pero importantes señales que nos llevan a nuestro bienestar y felicidad.
Piru/Yayo agosto de 2012